Esta mañana nos hemos dirigido en primer lugar a la Plaza de San Pedro y puesto a la cola, que bordeaba una de las columnatas, para entrar en el mayor templo de la cristinadad: la Basílica. Esta Plaza fue
construida por Bernini y la idea de las dos columnatas que la rodean, de
travertino del Tivoli, era la de albergar a modo de brazos a los peregrinos que
se acercan allí. Están coronadas por estatuas de santos de tres metros y pico
de altura y pudimos verlas, más tarde, de cerca. La cola afortunadamente
caminaba deprisa y enseguida estábamos ante los ojos inquisitorios de los que permitían la entrada a los que
iban “decentemente” vestidos.
En su interior se encuentran obras como el famoso Baldaquino de San Pedro, también de Bernini, la Piedad de Miguel Angel, La Cátedra de San Pedro, el relicario con el asiento en el que el Apóstol hablaba a los cristianos o la Estatua de bronce de San Pedro, meta de millones de peregrinos para besarle el pie.
La Cúpula de Miguel Angel es una de las obras arquitectónicas más impresionantes y Jesús y yo estábamos deseando subir a ella. Hay dos modalidades para hacerlo: subiendo
a pié los quinientos y pico escalones y pagando 5 euros o subiendo la mitad de
los escalones aproximadamente y el resto en ascensor, en cuyo caso pagas 7
euros. Nosotros cogimos esta última modalidad y es una experiencia única. Al
igual que la subida a la de Florencia, el poder ascender por su interior doblando el cuerpo para adaptarte a su estructura, ver la verdadera magnitud
de la altura de la Basílica y las vistas que obtienes arriba de 360 grados de Roma, ya merece la pena, aunque sé de gente que sintió algo de claustrofobia al hacerlo.
Después visitamos las
Tumbas Papales y nos hicimos fotografías en la Plaza con el Obelisco traído de
Egipto por Sixto V. Fue un homenaje al Martirio de San Pedro que supuestamente
fue crucificado junto a esta piedra.
Nos dirigimos por la Vía de la Conciliazione al Castel de Sant’Angelo, fortaleza papal a orillas del Tíber a donde huían los pontífices en caso de
invasión mediante el pasadizo secreto que los une, el Corredor del Borgo,
nombre que toma del barrio que atraviesa.
El Castillo de Sant’Angelo fue mandado construir por el
Emperador Adriano como Mausoleo Imperial para albergar las cenizas de los
emperadores y ha pasado por ser una fortificación, una prisión y refugio de los
Papas.
El monumento, en travertino, estaba coronado inicialmente por una
cuadriga guiada por Adriano pero Gregorio I tuvo una visión del Arcangel san
Miguel envainando una espada y terminando con una plaga que asolaba Roma en esa
época y conmemoró el evento sustituyendo la cuádriga por la figura de un Angel , primero en mármol y ahora en bronce y
rebautizándolo con el nombre actual de Sant’Angelo. Hoy es sede del Museo
Nacional del Castillo de San Angel y alberga una valiosa colección de armas.
Accedimos a él por una rampa de ladrillo en espiral, pasamos
por un patio con armamento y bolas de cañón de distintos calibres, pasamos por
las salas de las residencias papales y por bonitos pasillos decorados con
frescos y al final de las escaleras nos encontramos con la terraza y la
escultura del Arcángel San Miguel. Desde aquí las vistas sobre el Tíber son
impresionantes.
Terminada la visita al castillo, cruzamos el río por el
Puente de Sant’Angelo para dirigirnos al Panteón, pasando antes por la Iglesia
Nueva para ver las pinturas de Rubens en el altar, pero todavía faltaba mucho
para que abrieran y nos fuimos de allí.
Nos acercamos a la Plaza Navona, de obligada visita para los admiradores de Bernini y para los amantes de espectáculos callejeros.
Tiene forma alargada porque se encuentra asentada sobre un antiguo Estadio de Domiciano (el mismo emperador que concluyó las obras del Coliseo) y los edificios que la rodean ocupan el espacio de las antiguas gradas. En la Edad media se usó como mercado y el Papa Inocencio X fue el responsable de su embellecimiento y aspecto actual, mandando construir las tres fuentes.
En los extremos están: la Fuente el Moro de Giacomo della
Porta (aunque la figura del moro
luchando con el delfín es de Bernini) y la Fuente de Neptuno. En el centro se encuentra
lo que según algunos es la obra maestra de Bernini, la Fontana dei Quattro
Fiumi o Fuente de los Cuatro Ríos.
Son cuatro figuras en mármol travertino que representan alegóricamente los cuatro continentes que se conocían: el Nilo, ocultando la cara para representar su origen desconocido, el Danubio, mirando los emblemas de Inocencio X, el Ganges con un remo para indicar que es navegable y el Río de la Plata con una montón de monedas que simbolizan la riqueza de América .Todas ellas están apoyadas en una especie de montaña coronada por un obelisco egipcio y están rodeadas de animales, plantas y objetos de los distintos lugares.
Son cuatro figuras en mármol travertino que representan alegóricamente los cuatro continentes que se conocían: el Nilo, ocultando la cara para representar su origen desconocido, el Danubio, mirando los emblemas de Inocencio X, el Ganges con un remo para indicar que es navegable y el Río de la Plata con una montón de monedas que simbolizan la riqueza de América .Todas ellas están apoyadas en una especie de montaña coronada por un obelisco egipcio y están rodeadas de animales, plantas y objetos de los distintos lugares.
Después de disfrutar de su animado ambiente, como el que proporcionaba un grupo bailando break-dance, otro haciendo música soplando por botellas y otros con sus puestos ambulantes haciendo retratos nos fuimos de allí buscando la Plaza Rotonda que es donde se encuentra El Panteón.
Era un Templo circular pagano dedicado a todos los dioses (pan quiere decir todo y theos, dios) mandado construir por el cónsul Agripa y reconstruido después de varios incendios por Adriano. Hoy en día es un templo cristiano que conserva su pavimento original de mármoles pero en las capillas, se encuentran ahora los altares católicos. Su impresionante cúpula y el diámetro de la planta tienen la misma longitud y sirvió de inspiración a Brunelleschi para diseñar la cúpula del Duomo de Florencia.
De aquí nos acercamos a La Iglesia de San Ignacio de Loyola
para ver las pinturas de Andrea Pazo en su gran bóveda y la serie de frescos
que encantaron a Jesús.
Hemos caminado hasta la Plaza Venecia dónde nuestro
entretenimiento consistíó en ver lo increíblemente bien que regulaban el
tráfico los propios coches pues no existen semáforos.
Hemos vuelto a acercarnos a la Fontana de Trevi, como siempre abarrotada de gente, comiéndonos un helado y a la Plaza de España.
Hemos vuelto a acercarnos a la Fontana de Trevi, como siempre abarrotada de gente, comiéndonos un helado y a la Plaza de España.
Hemos cogido el metro hasta República para ver el Éxtasis de
Santa Teresa de Bernini , en la Iglesia de Santa María de la Victoria, donde
nos hemos sentado discretamente ante el Rosario que estaban oficiando y hemos podido ver esa mezcla de dolor y placer de
la Santa ante el Ángel atravesándole el corazón.
Y caminando hemos llegado a la estación de Termini, en la
Plaza Cinquechento, en cuyos quioscos nos hemos enterado, venden
entradas anticipadas al Vaticano con recargo de 4 euros.
Volvimos a comprar en el super y cogiendo el tranvía de
nuevo, de vuelta a la auto, dando buena cuenta de un pescado con berberechos y
espárragos.
Me acuerdo de cada paso que dimos por esas calles, cada sorpresa que nos encontrábamos al girar una esquina. Roma es genial...
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